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abril 05, 2012

Dos palabras sobre la compleja situación social

Hablemos del “problema político” o del “problema social”. Y la boca se nos llena de paja. –José Camón Aznar-

Dudé entre poner como epígrafe de este artículo el que he colocado o este otro correspondiente también a “Aforismos del solitario”: Los políticos creen en sus símbolos. Después para mantenerlos está la sangre del pueblo. El problema político no ha estado verdaderamente asociado al problema social hasta tiempos modernos; va mucho de “La Política”, de Aristóteles, a homo economicus, término que por primera vez fue utilizado por Jhon Stuart Mill en economía política. Cuántas derivaciones de tal teoría que ha desembocado en macroeconomía y a la sociedad de consumo. Se abre el planteamiento a modelos alternativos: racionalidad, historia y antropología, economía moral. Vemos en cuanto a ésta que se sustentaba en cierta ética de la subsistencia, en la búsqueda del bienestar colectivo y no en el lucro personal.

Éste fue para los reyes y la nobleza su meta mientras la monarquía dominó como régimen político, y es triste, difícil de soportar, que sea igualmente el fin a que se dirigen los demás políticos: presidentes, dictadores, todos cegados por los tres egos: egoísmo, egolatría, egocentrismo. En el siglo XX las monarquías europeas desaparecieron casi totalmente. Podemos leer en la enciclopedia Wikipedia:

Seculares monarquías europeas, como el imperio ruso, el imperio alemán y el imperio austrohúngaro, dejaron de existir después de la I Guerra Mundial y la caída de los fascismos, con los que se habían vinculado la monarquía italiana y –de grado o por fuerza- las balcánicas (Albania, Hungría, Rumania y Bulgaria), supuso una nueva y masiva desaparición de tronos.

Continuando asomándonos a la política de antaño, recordemos la Inquisición, obra de papas y reyes, que tiranizaban almas y quemaban cuerpos. Existió con toda pujanza a lo largo del reinado de los Reyes Católicos y primeros Austrias, luego fue decayendo pero persistió hasta Isabel II (la anuló José I, y la volvió a instituir Fernando VII el Felón). Constituía peligro de muerte en la hoguera el hecho de pensar fuera de la pauta marcada por la Iglesia de Roma, cual hicieron Spinosa, Erasmo, Montaigne, Pascal, Descartes y otros. En el extranjero cedió la dureza, aunque no dejó de incluir en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia los que tal señalaban, así como castigar su lectura con la excomunión. A Pío VI se le ocurrió decir: No puede imaginarse tontería mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres. Es incuestionable que libres han debido ser todos –odiosa la esclavitud oficial y la de todo tipo, la más ligera tiranía-, y en cuanto a igualdad ha debido darse –pero no se ha dado ni se da- en los órdenes que es posible. No gran cosa del criterio del citado papa, enfrentado con Napoleón, se ha desviado la alta Iglesia, que sigue siendo muy clasista, Pío XI llegó a dolerse de ver el rechazo de la Iglesia de la pérdida de adeptos: El gran escándalo –dijo- de nuestro tiempo es que la Iglesia haya perdido a la clase obrera. ¡Cómo no había de perderla! La Iglesia estuvo siempre adherida a los ricos, a los que trató de complacer –a ellos les podía pasar factura-, y en cuanto a los pobres se limitó a manejarlos a su antojo y conveniencia.

La Iglesia y la monarquía inciden en la divinidad. Teocratismo, o doctrina política que sustenta que el Gobierno es dirigido por Dios a través de su elegido, persona soberana, divinidad personal. El la teocracia que en España encontramos en la monarquía visigótica y en la de los Reyes Católicos y los Austrias mayores. La teocracia, gobierno de Dios, se extiende en la Cronología y en la Geografía, los dos puntales de la Historia, desde Moisés a nuestros días con el Dalái Lama gobernador monárquico y máximo líder religioso del imperio mongol hasta 1950, aunque no reconocido por completo en el área del mundo budista. Y países hay en que el rey es cabeza de la Iglesia; muy conocido es el caso de Enrique VIII de Inglaterra que rompiendo con la Corte Pontificia al negarle el divorcio con Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena produjo el Cisma de la Iglesia Anglicana. Lo teocrático y lo monárquico se entrelazó en alguna ocasión, como ocurre con el zar de Rusia y la Iglesia Ortodoxa Rusa, o con el emperador de China con su Imperio Celeste.

Dejo lagunas –lo sé- en este señalamiento de teocracia que parte de los hebreos antes de tener reyes -véase la Biblia-, porque no es mi intención primigenia tratar de estos temas, detenidamente de ninguno de ellos que forman un abanico, sino, como el título indica, centrarme en la persona humilde, en la que poco, por decir algo, se practica la caridad cristiana, pregonada por la Iglesia, ni la justicia social a que prioritariamente debieran aspirar los Gobiernos. No lo pretendieron, desearon, las monarquías: Si no tiene pan, que coman bollos, que pronunciara María Antonieta al enterarse del hambre del pueblo. Leyendo a León Tolstoi, vemos la situación de pobreza del campesinado y pueblo ruso en general, y, ¡claro!, como en Francia surgió la Revolución. Por hablar sólo de Europa. Ha dicho un poeta -¡precisamente un poeta!-

Lo que brilla no más tiene cabida
aunque brille por oro lo que es cobre,
lo que no perdonamos en la vida
es el atroz delito de ser pobre.

El pobre fue siempre relegado, sólo constituía un ser humano para servirse de él, de su trabajo, a bajo precio, y, a veces, de su honra, que difícilmente se entendía, recordemos el “derecho de pernada”. Poco a poco fue defendiéndose, y un labrador acomodado, Pedro Crespo, se rebela contra la violación de su hija por un capitán de los tercios de Felipe II; propone al tal don Álvaro de Ataide que se case con ella, se niega altivamente. Pedro aprovechando que es nombrado alcalde hace justicia mandándole ahorcar. Ya había advertido a don Lope de Figueroa: Al Rey la hacienda y la vida / se ha de dar; pero el honor / es patrimonio del alma, / y el alma sólo es de Dios. De esto último continuarían los reyes sin enterarse, incluso los dos monarcas extranjeros cuando suplieron a los Borbones.

Hubo un tiempo en que el trabajo manual no era bien visto, y el intelectual… Cervantes dice en el Quijote: Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecérselo a otro que al mismo cielo. El capital y el trabajo nunca se llevaron demasiado bien, que digamos. Se dice que el trabajo genera capital –bueno, sobre ello hay mucho que hablar-, lo que está claro es que el trabajo ha tenido que dignificarse y crear leyes defensivas. No falta escritor que exalta al pobre; ahora bien, en las novelas y en los cuentos se puede poetizar con la pobrezaJacinto Benavente dixit-; en la realidad no. Sin la seguridad de lo necesario para la vida, nadie puede responder ni de su misma vida, ni de su honradez, ni de sus afectos más íntimos. Los náufragos no eligen puerto. También hay quien aminora o casi niega la suerte de ser rico; he aquí este diálogo de la novela “Pablo y Virginia”, de Bernardino de Saint – Pierre:

Pablo.- ¡Muy felices son la gentes ricas! No encuentran obstáculo a nada; pueden colmar de placeres a quienes aman.
El anciano.- La mayoría está gastada por todos los placeres, ya que no les cuestan ningún trabajo. ¿No habéis comprobado que el placer del reposo se compra con la fatiga, el de comer, por el hambre, y el de beber, por la sed? ¡Pues bien! El de amar y ser amado no se adquiere sino por una multitud de privaciones y sacrificios. Las riquezas quitan a los ricos todos esos placeres, adelantándose a sus necesidades. Añadid al hastío que sigue a la saciedad, el orgullo que nace de la opulencia y que hiere la menor privación, hasta cuando los grandes goces no les atraen ya. El perfume de mil rosas sólo agrada un instante; pero el dolor que causa una sola de sus espinas dura mucho tiempo después del pinchazo. Un mal en medio de los placeres es, para los ricos, una espina en medio de las flores. Para los pobres, por el contrario, un placer en medio de los males es una flor en medio de las espinas: saborean este goce vivamente. Todo efecto aumenta por su contraste. La Naturaleza lo ha equilibrado todo. En todo caso, ¿qué estado creéis preferible, de no haber nada que esperar y todo que temer, o casi nada que temer y todo que esperar? El primer estado es el de los ricos y el segundo el de los pobres. Pero esos extremos son igualmente difíciles de soportar para los hombres, cuya felicidad consiste en la medida y en la virtud.

Largo parlamento y de gran consuelo para el pobre de solemnidad, mas hay que decir con el citado Benavente que el dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo. Lástima que el dinero también tiene sus vaivenes, su inestabilidad, su inconstancia, su riesgo a perderlo. Pérdida que puede ser debida a diversas causas, sin excluir la política, que a veces para algunos –para los políticos, por supuesto- puede resultar beneficiosa, y para otros ruinosa. La que venimos sufriendo es ruinosa como regla general, con mayor estrago cuanto capa social más humilde. ¿Culpabilidad? La avaricia y la corrupción, que lejos de ser frenada por los políticos, muchos de éstos incurrieron en ella. La cuestión viene de bastante atrás –no deseo ahora fijar límites- y ha llegado a crear la tremenda crisis económica que nos aprisiona. En pleno siglo XXI de nuestra Era el pueblo está hambriento -¡tantas veces en siglos pretéritos y monárquicos hubo hambruna!- y, como agravante, dado el problema de la vivienda, distintivo de nuestra época por la nefasta política del ladrillo, habiendo perdido su vivienda, que es perder los enseres que son consustanciales a nuestra existencia; el ser humano necesita de su casa tanto como de alimentación. No se puede vivir en la calle, que es a donde muchos han ido al quedar en el paro por la crisis y no poder pagar la exorbitante renta o hipoteca a que asciende la vivienda.

Bajo una sociedad de bienestar aparente –que no, que no, que es engañifa, y acaso un día entre en ello en detalle- se ha hecho al pobre más pobre, y al muy rico aún mas rico, motivando entre uno y otro un desnivel tan grande como injusto. Esta es la deleznable política social de nuestra época. En el siglo XIX puede decirse que nació la política social, republicanismo, socialismo, etc. Y en lo que va del XXI, es decir últimamente, cabe preguntarse: ¿Dónde está la política social? Dicho sea de paso que el socialismo consigna en su programa inicial: El Partido Socialista Obrero Español declara que su aspiración es: la abolición de clases, o sea, emancipación completa de los trabajadores, transformación de la propiedad individual en propiedad social o de la sociedad entera, posesión del poder político por la clase trabajadora. El subrayado es mío y con él quiero fijar la atención en si es esto lo que -al menos en el ámbito personal, en política no lo tienen a su alcance- hacen los políticos del PSOE de nuestros días. No, indudablemente no, optan por enriquecerse, ser millonarios, en euros si es posible. Hay algún ex presidente socialista sin hacienda, o con la misma de cuando ocupó el cargo. Dejo aquí este punto, sin desplazarme a otra cronología y a otra geografía.

Existe el Día internacional de la erradicación de la pobreza. ¿Cuándo surtirá efecto tal erradicación? Se dice que después de la Cumbre de la tierra (Río de Janeiro 1992), la conciencia de la problematicidad humana ha aumentado. Como anota el profesor José Ángel López Herrerías, los jóvenes han dejado de entender la utilidad de la educación, cuando súbitamente los valores sociales bien establecidos se hacen obsoletos y cuando la solidaridad entre las personas y los grupos se erosiona para dejar paso al egoísmo individual o político. […] Hace falta actuar de múltiples maneras: reducir la jornada y repartir el trabajo, prescindir de los gastos inútiles, efectuar un control más eficaz y ético sobre los poderosos del mundo, invertir más en educación, conocimiento y divulgación… Hoy con la crisis a cuestas se ha reducido aún más lo que se invertía en educación, y tristemente no se ha prescindido de ciertos gastos y lujos inútiles.

Algún día dedicaré un rato a hablar de la pobreza que proclama la Iglesia católica y, ciertamente, de la que no da ejemplo, así como de la castidad de que tanto alardea y de la que tampoco ha dado ni da ejemplo desde la historia de los papas a la permisividad de la barragana al cura de otrora, pasando por los escándalos de hoy día. Ha habido figuras de la Iglesia excepcionales, a pesar de todo. He de dejar sentado que por un lado va la cosa clerical y por otro lado la Fe. Voltaire, por ejemplo, era anticlerical pero no estaba exento de esta virtud teologal.

Por: MANUEL LÓPEZ PERALTA




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